Solsona no conoce el bullicio. El palacio episcopal, la catedral y las murallas la protegen del ruido y el trasiego de los turísticos mercados de sábado. Todos andan como de puntillas entre piedras señoriales y adustas, menos los gigantes y los cabezudos que se ríen con esos dientes feos y destartalados desde los escaparates, o se lían a trabucazos por la ciudad de esta Catalunya interior, tan retraída en sí misma, que se diría que aún le teme al moro, al turco y al berberisco que nunca vio.
Es una ciudad ideal “pour se promener”. Se abre un portal bajito y un arco le pone una pétrea diadema. Con la expectación que precede a toda puerta que se entreabre, uno entra despacito en el recorrido paciente de los adoquines, las calles angostas, las grotescas gárgolas de madera en los tejados, un río Negro que no se atreve a rugir con fuerza por no despertar al canónigo de su siesta post-comilona, terrazas desparramadas al sol de noviembre, perros obedientes- figuras vivientes en las masías de color tierra- y, al fondo, la Mare de la Font, una virgencita que se esconde al final de un camino donde crujen las hojas doradas.
En Solsona huele a setas en noviembre y entre las encinas y los robles de hoja pequeña, antes de adentrarnos en la carretera que atraviesa el pantano de San Ponç, dejamos resbalar la mirada por la cascada de agua que llevará el río hasta su entierro en el mar. Alguna perdiz se movió entre la maleza, antes de caer en el plato otoñal; algún jabalí esconde su camada porque le teme a la paciencia del hombre que coge su carne marinada y lo guisa sin prisas hasta que lo deja tierno como corderito lechal. Trumfos, trumfas, patatas, blancas, enmascaradas y ennegrecidas con la carne de una butifarra negra que se dejó bañar en sangre, con setas, con rostes, un filet de vedella bruna que ardió ante nuestros ojos, una escudella que calienta los entresijos del ánimo, lletons que nos convierten en caníbales e infanticidas …. Y una coca de recapte con pimiento, berenjena, tomate, salchichas y cansalada. Y una copita dulzona y afeminada de ratafía, y unas estrellas de nuestra Señora del Clautro, rebozaditas en almendras crujientes, golosas, de merienda infantil.
J’aime bien l’automne à Solsona. Quiera Dios que nunca dejemos de comer y pasear, en Solsona, o donde la vida nos lleve.
atable
noviembre 16, 2010 @ 18:29
Espero que pueda entender mi respuesta en español. La inspiración, como a Picasso, me pilla siempre trabajando y , normalmente, me motivan las personas a las que quiero y con las que suelo comer para seguir escribiendo.
Gracias por seguirnos.
Inés B.