Después de muchos años, vuelvo a comer en el Maremágnum, mirando al mar. Más de una década han pasado por mi piel y la suya, muchos domingos de familia católicopaseante, muchas tardes observando barcos gigantes que sólo se hundían en las películas, veleros de cáscara de nuez, el cine de las gafas de cartón, los tiburones de pecera, las golondrinas flotantes de los turistas y los patos lentorros y domesticados. Observo, con envidia, que su aspecto es, sin embargo, más juvenil que el mío.
Pese a su edad, Maremágnum ha crecido y se ha comprado ropa nueva, come bastante mejor que antes y se conserva en buen estado de salud. Quedaron lejos los tiempos en que la tapa dominical en el omnipresente Moncho’s, los arroces de El Elx, el casimoderno Little Italy, los primeros mojitos o las noches de salsa, amén de fast-foods varios, eran casi las únicas opciones gastronómicas de este enclave barcelonés, puerta de entrada y salida de miles de turistas en la Ciudad Condal. Ahora el cosmopolitismo se observa en sus nuevas ofertas culinarias, pero también en sus maneras de comer, aunque, siempre , eso sí, mirando al mar.
Ya no sólo nos gusta disfrutar de una mesa junto al mar en un día festivo, comer un guiso auténticamente mediterráneo en una comida de tres largas horas, o picotear una tapita clásica al modo más cañí, a veces sin garantía alguna de haberse bautizado previamente en aceite de oliva. Los tiempos cambian y la ciudad reorganiza sus cocinas para adaptarlas a este nuevo orden alimentario en que la gente empieza a demandar más, mejor y, si puede ser, más rápido.
Sabemos que la calidad ha de primar por encima de todo, pero también el cosmopolitismo, la variedad, y, cómo no, la necesidad de ofrecer una seña de identidad gastronómica que nos identifique frente a la homogeneización culinaria de otras ciudades europeas que no tienen, además, la suerte de contar con este clima y este paisaje que hacen que el viajero desee seguir soñando frente al mar….
Por eso, Maremagnum ha organizado su nueva terraza, ubicada en la segunda planta, de modo que el comensal pueda escoger entre opciones gastronómicas distintas- asiáticas, mediterráneas, restauración típicamente italiana, braserias clásicas y acogedoras, hamburgueserías gourmet– en locales de ambientación bien cuidada, sentarse a comer con la placidez de aquellos mismos días, pero también pasar por el Espai Gust y degustar de una forma más informal y rápida de aquello que le apetezca sin perder por ello la calidad del producto. En la lista cuentan con una hamburguesa bien hecha, una crêpe golosa, unas ostras, un pescadíto frito, una paellita para un solo comensal, un ibérico bien nuestro o un poco de sushi para los amantes de comer japonés.
Y sin embargo, para los nostálgicos como servidora que ya empezamos a peinar canas, Maremagnum sigue siendo, como en aquellos días de euforia postolímpica, incluso en esta húmeda tarde de diciembre, un rincón donde encontrar un lugar apetecible para comer y sentarte a ver pasar el tiempo, siempre mirando al mar.
Curry curry que te pillo
diciembre 14, 2012 @ 15:21
Hace siglos que no voy al Maremagnum y había oído que estaba cambiando y ya veo que sí. Dejé de ir cuando este centro comercial se convirtió en un asadero de discotecas y turistas malolientes… en fin, que me alegro de que hayan cambiado el concepto y de que además se hayan acercado más a la gastronomía. Ole!